La prudencia y la paciencia de los Gobiernos de Estados Unidos y Canadá se agotaron.
Y es que los dos gobiernos, por separado, preparan una controversia histórica contra México y contra su presidente, quien de manera sistemática violenta el Tratado de Libre Comercio con sus políticas públicas contrarias al uso de energías limpias.
Y lo que viene es una guerra comercial que durante meses buscó, alentó y catalizó de manera irresponsable un López Obrador convertido en auténtico dictador, despojado de aquella máscara de luchador social y demócrata que lo llevó al poder.
Una guerra comercial con las potencias del norte y con los socios comerciales del T-MEC, que fue buscada y estimulada por un presidente mexicano que buscó de manera desesperada a los más formidables enemigos externos para obligar a que los mexicanos vean afuera lo que AMLO no quiere que vean adentro.
¿Y qué hay dentro de México que, según López Obrador, no debe ser visto por los ciudadanos mexicanos?
Lo saben todos; el mayor fracaso en la historia de los gobiernos mexicanos; una gestión fallida, de incapaces, corruptos y criminales que se creían dioses pero que, al final, terminaron convertidos en pobres diablos.
Y es que la respuesta de los Gobiernos de Estados Unidos y Canadá a las violaciones sistémicas del T-MEC no es casual, producto de un descuido, una ocurrencia o resultado de una impronta galáctica.
No, en realidad se trata de una estratagema con un objetivo bien definido por el presidente mexicano, quien busca un enemigo externo poderoso que sea capaz de convertir al modesto mandatario en tótem salvador de la patria.
La idea es crear en el imaginario colectivo la lucha del quijotesco “Andrés” con las potencias del norte convertidas en poderosos “molinos de viento”, mientras que “Sancho”, el pueblo bueno, aplaude y respalda al moderno caballero de la armadura, hoy convertida en dictador.
En el fondo asistimos a uno de los más poderosos actos de mutación política; a la transformación del mítico líder social y del demócrata llamado López Obrador –que hizo todo para ser presidente–, pero que al final termina convertido en vulgar dictador.
Y si lo duda, basta recordar que una de las características que comparten todos o casi todos los dictadores del mundo, es la irresistible necesidad de exaltar el nacionalismo de sus pueblos.
¿Por qué y para qué exaltar el nacionalismo?
Porque el nacionalismo exacerbado es la mejor fórmula para mantener la popularidad de los dictadores.
Y para lograr que el nacionalismo se mantenga a flor de piel de toda sociedad –como en su momento hicieron Mussolini, Hitler y Stalin, entre muchos otros–, no existe mejor fórmula que buscar un poderoso enemigo externo; un adversario que entre más poderoso resulte y más radical parezca, dará los mejores resultados para los fines del dictador.
Y esa es justamente la fórmula que buscado de manera desesperada el presidente mexicano –crear un poderoso enemigo externo–, ante el peligro de ser derrotado una vez que los mexicanos descubran los malos resultados de su gestión fallida.
Un gobierno que hace agua en todos los flancos y que, por esa razón, requiere de manera urgente argumentos para que los ciudadanos no vean el fracaso de la gestión de López y, en cambio, “cierren filas” en torno al gobierno y al presidente que lucha contra los molinos del viento del norte.
Pero López Obrador ya no engaña a nadie.
¿Por qué?
Porque está a la vista de todo el que quiera verlo que el suyo dejó de ser un gobierno funcional, legal y constitucional, para convertirse en una grosera dictadura.
Una dictadura que no respeta un amparo dictado por un juez para detener la ilegal construcción del Tren Maya, pero recurre a un amparo de otro juez a modo para impedir la extradición del criminal Rafael Caro Quintero.
Una dictadura que anuncia que investiga a un juez que otorgó un amparo a empresas extranjeras productoras de energía limpia, pero que se burla de que los gobiernos de Estados Unidos y Canadá inicien recursos legales contra la violación del T-MEC por parte del gobierno de AMLO.
Una dictadura que solapa a la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, a la cual un juez le prohíbe difundir más audios y videos del líder nacional del PRI, pero que amenaza con demandar a los periodistas que exhiben las corruptelas del Gobierno Federal.
Una dictadura que tolera que el secretario de Gobernación –el responsable de la gobernabilidad del país–, Adán Augusto López, se burle del Tribunal Electoral y que llegue al extremo de confirmar que en poco tiempo desaparecerá el INE.
Y una dictadura que día a día cierra la pinza de la censura oficial contra los críticos de su fallida gestión, a los cuales persigue por todos los medios para tratar de exterminarlos.
En efecto, todos los días desde Palacio se dan pruebas contundentes y claras de que no tenemos un gobierno funcional y constitucional y que estamos lejos de ser una democracia real; todos los días se prueba que vivimos en dictadura y que López Obrador es un dictador.
Y eso no lo ve sólo aquel que cierra los ojos.
Al tiempo.