Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, Jalisco, México, 1973), Premio Herralde de Novela 2016 por No voy a pedirle a nadie que me crea, regresa a los atajos del recurso de burlarse de sí mismo en una parodia que devela algunas franjas tragicómicas de lo autobiográfico con la publicación de Peluquería y letras (Anagrama, 2022): “Nada en este libro es cierto, salvo lo que sí”, advertencia inscrita en el pórtico. Lo hilarante llevado a los extremos en una conjunción de reseñas coincidentes con la vida del autor: Villalobos vive en Barcelona, está casado con una brasileña y es padre de dos hijos, tal y como aparece en el relato.
El lector tiene en sus manos un artefacto literario adyacente a la ‘comedia de circunstancias’: incidentes que florecen encadenados a improntas paradójicas y hasta absurdas en la presentación de un accidente laboral que sufre una peluquera bretona, por ejemplo, o un ‘ecuatoriano fortachón de raptos místicos’ con aspiraciones de escribir un libro de sus experiencias, quien atosiga al narrador.
¿Una fábula sobre la felicidad? “Éramos felices y comíamos tacos, butifarras y feijoada. Éramos tan felices que yo me podía permitir escribirlo desvergonzadamente al inicio de un libro, como si fuera al final”, suscribe el relator en el primer parágrafo de esta paródica y festiva (no)autoficción, que, sin embargo, recurre a algunos de los recursos del género con el propósito de desairarlos.
“En este libro hay un empalme de hechos reales y ficticios que juegan en los espacios de la autobiografía. En este texto que no me atrevo a llamarlo novela, porque ya no creo en la novela, recurro a confidencias, reparaciones y recuerdos desde un humor que toca la franja de lo paradójico. Ese ‘yo narrativo’ no sé hasta qué punto ‘soy yo’. Ese relator expresa que en literatura se escribe de una cosa para en realidad, hablar de otra”, comentó en entrevista con La Razón Juan Pablo Villalobos, autor también de la ingeniosa novela Te vendo un perro (2014).
¿Simulacro de autoficción? Más que todo quizás, un juego de los mecanismos de la autoficción. Intento develar la estructura de una posible autobiografía. El narrador tiene mi nombre: una demanda de reírme de mí mismo.
¿Jornada del transcurrir de un padre de familia que es escritor? Sí, pero quien transita por episodios adyacentes a lo disparatado, los cuales son plasmados en el cuaderno que porta: el lector tiene la oportunidad de asomarse a sus emociones íntimas.
¿Lo cotidiano desde situaciones jocosas y sorprendentes? La mirada de un relator de humor apremiante que va develando extrañezas en lo cotidiano en la propuesta de romper modelos narrativos. Evidente desde Fiesta en la madriguera, mi primera novela, que se corrobora tal vez, con más sentido festivo en ésta.
¿El adolescente como un antagonista? Él quiere saber de qué trata el libro, y cuando se entera que es sobre ‘las condiciones de la felicidad’ en la familia, el hijo duda de la felicidad familiar. El narrador-padre especula sobre la literatura ‘más allá de las apariencias’. Sí, el adolescente juega el papel opuesto, considera que se debe contar la verdad, mientras que el narrador sostiene el valor de las mentiras en la ficción.
¿Recursos autorreferenciales y metaliterarios? Ya casi no leo novelas, leo mucha poesía. Esa apelación a la metaliteratura se me contagió por la poesía. El poeta puede detenerse en el discurso y discurrir en un diálogo con los otros —los que están adentro—, desde el mismo texto.
¿Relato presuroso donde, sin embargo, los personajes no están acosados por trances? En las 100 páginas están sucediendo muchas cosas. La mirada del narrador está imbuida de la inocencia de un niño. ¿Quiere usted más aprietos que el acoso del ecuatoriano, las escenas de las recepcionistas o el accidente de la peluquera bretona?
Éramos felices y comíamos tacos, butifarras y feijoada. Éramos tan felices que yo me podía permitir escribirlo desvergonzadamente al inicio de un libro, como si fuera el final.
La brasileira y yo nos habíamos conocido hacía quince años en la universidad, en un seminario sobre literatura del Holocausto —no hay ironía ni dobles sentidos en este hecho, porque no lo estoy inventando, simplemente sucedió así—. Habíamos decidido vivir juntos aunque las circunstancias no eran para nada propicias: los dos nos habíamos separado hacía poco tiempo, la brasileira era brasileña y yo era mexicano, y ambos habíamos venido a Barcelona con la idea de estudiar un doctorado y volver a nuestros países. Por si fuera poco, la beca con la que los dos nos manteníamos apenas cubría las necesidades básicas y tenía fecha de caducidad.
Fragmento tomado del libro.